Hoy he ido a la playa de Cala Mayor y me ha sorprendido un mar embravecido con intensas olas.
En la orilla, una playa más pequeña de lo normal dejaba tan solo algunos centímetros libres para poder dejar la toalla.
Había bandera roja en el puesto de socorristas y estos corrían de un lado a otro avisando del peligro de adentrarse en el mar. Había un bullicio especial en el ambiente, entre el romper de las olas y los gritos de los socorristas.
Para mi ha sido especialmente chulo dejarme contagiar por la intensidad del mar y caminar por la orilla donde el agua iba y venía arrastrada por la corriente. Caminar en línea recta era todo un reto como también lo era sortear a los turistas que observaban absortos las olas y a los surfistas.
En mis idas y venidas he estado pensandolo que podía compartir hoy con vosotros. Y me he acordado de algo que me pasó hace unos días.
La semana pasada fui con mi hijo a comprar unas cobayas, en concreto dos hembras jovenes…(nos lo habían recomendado unos amigos que tienen dos hembras y estan encantados!)
La tarea fue más difícil de lo que parecía.
Fuimos a una gran tienda donde compramos la única hembra que había de unas 8 cobayas y desde alli empezamos la búsqueda de la segunda cobaya hebra en otras tiendas.
Después de visitar varias, por fin encontramos LA TIENDA! llena de cobayas, unas 10!. De todas, había solo dos hembras y mi hijo eligió la que más le gustó.
Pagamos la cobaya, y mi hijo me preguntó… mami miramos una casita para poner en la jaula?
Para mirar una casita tuvimos que ir a un almacén cercano a la tienda, con lo que dejamos la cobaya pagada en el mostrador.
Al volver, nos esperaba la dueña en la entrada… SE LA HAN LLEVADO!
Cómo? pensé… La han robado? no puede ser!
“Un señor ha comprado unos pájaros y se la ha llevado por equivocación” nos contó la dueña.
Una hora de mi tiempo perdida, fue lo primero que pensé. Mi hijo sin embargo estaba desolado, quería esa cobaya y se sentía muy triste.
Todavía quedaba otra hembra y le insistí… quieres la otra hembra?
NO MAMI, quiero la que se han llevado.
Dejamos recado de que si la devolvían por favor nos llamaran y la dueña prometió hacerlo.
Por el camino, mi hijo se sentía muy triste y yo superenfadada!…
Empecé a recriminarle el querer comprar una casita, y haber dejado la cobaya en la tienda… pero al poco tiempo PARE!
Con mi enfado y recriminaciones no dejaba a mi hijo conectarse con su TRISTEZA.
Yo lo estaba empujando hacia el enfado, una energía diferente, más fácil de manejar para mi que la tristeza. Allí me di cuenta y dejé de hablar.
Mi hijo pudo sentir la tristeza, pero sin vivirla como un drama. Todavía teníamos esperanza.
Llegamos a casa y a los pocos minutos nos llamaron! HABÍAN RECUPERADO LA COBAYA!. Desde entonces la llamamos MISSING.
Mi hijo me enseño una gran lección sobre la determinación y sobre mi forma de evitar algunas emociones….
La lección fue también para mi sobre límites. Comprar la cobaya para mi ya era suficiente, estaba cansada y tenía hambre. Ir a ver la casita superaba mis límites.
No los respeté y después pagué un precio por ello.
— (Por cierto, esta última cobaya la compramos con “sorpresa”.
Una mañana mientras dormía apaciblemente me despertaron los gritos de mi hijo. MAMA!!!! ven a ver las cobayas.
En la jaula, había un pequeño ratón, ratón? tras examinarlo no era un ratón.
Había 3 más como él. Eran bebés.
De repente tenía 5 cobayas en casa. QUE Locura! )—-
En la próxima entrada compartiré con vosotros una inspiración de Thomas sobre la tristeza, como darle una nueva interpretación!
Hasta pronto!